Logo Cómo Cubrir un Cuerpo

La dictadura de la moda: el cuerpo frente al número

1. El origen perdido de la medida: la raíz del conflicto..

Retrato ilustrado del conflicto entre el sastre artesanal y el estilista mediático

Venimos de la sastrería: del oficio donde el cuerpo manda y la prenda obedece.
Con el sastre, el cliente es su propio estilista: decide, imagina y elige el tejido natural que le atrae.
El sastre le aconseja y le acompaña.
De esa unión entre deseo y materia nace una sola prenda: una persona, una obra, un gesto irrepetible.

Frente a esa tradición, el tallaje industrial impuso su ley: tallas numéricas, series infinitas, cuerpos uniformizados.
Lo que empezó como una solución práctica para vestir soldados se convirtió en el dogma de una industria que envenena el planeta, atrofia el gusto y pretende imponer una misma imagen a seres diferentes.

En la confección en serie, la prenda manda y el cuerpo obedece.
Hemos invertido la secuencia lógica.

La confección en serie no nació del arte, sino de la logística.
No viste cuerpos: los organiza.


2. Bobo: el dios hecho logo..

Nadie sabe con certeza cuándo apareció Bobo.
Algunos dicen que surgió de un anuncio de perfume; otros, que fue una proyección colectiva del deseo de tener un nuevo mesías estético.
Pero lo cierto es que un día —sin pasado, sin biografía y sin esfuerzo aparente— ya estaba allí.
Perfectamente iluminado, ambiguo e innecesario.

Al principio, Bobo no diseñaba nada, ni siquiera hablaba.
Declaraba que la belleza era una enfermedad contagiosa, que la fealdad necesitaba marketing y que él contagiaría a todos;
decía que lo importante no era vestir cuerpos, sino vestir el Cuerpo, o sea, alguien a su imagen y semejanza.
Nadie entendía del todo lo que decía, pero su tono, su pose y sus silencios eran irresistibles.
Las cámaras lo amaban, y eso, en el siglo XXI, equivale a la eternidad.

Su primera aparición pública fue en un garaje parisino, donde improvisó una pasarela sin modelos.
En lugar de cuerpos, colocó espejos.
Invitó al público a mirarse en ellos y les dijo:

“Ámense. Deséense. Cómprense.”
Nadie entendió si era arte o marketing, pero todos obedecieron.

La industria, siempre hambrienta de figuras que parezcan rebeldes sin amenazar al sistema, lo adoptó al instante.
Las revistas lo proclamaron “la encarnación del nuevo lujo”, las marcas se pelearon por su firma y los influencers por su reflejo.
Bobo entendió que el talento era una carga y la sustituyó por carisma.
Nunca volvió a trazar un patrón —si antes lo había hecho— ni a tocar una tela: solo firmaba conceptos.

Su salto al estrellato llegó cuando fundó su colaboración con la cadena Malbelo.
Bobo no fue descubierto: fue fabricado.
El sistema necesitaba un dios, y él se ofreció como tal.
Su voz flota entre campañas y escándalos; su figura se multiplica en hologramas, colaboraciones y desfiles virtuales.
Nadie lo ha visto comer. Nadie lo ha oído reír.
Pero todos han repetido sus frases.
Y reconocen sus pingos.

Nunca se ha visto a nadie vestido con sus prendas, ni en rebajas. Son demasiado exclusivas.
La exclusividad —y la genialidad, como la de Bobo— en el mundo de la confección en serie equivale a la inmortalidad.

Retrato conceptual de Bobo, el diseñador mediático convertido en icono

3. ¡Muera el mundo, gran vida a Bobo!..

Ningún imperio se sostiene sin dioses, y el de la moda necesitaba uno urgente.
Un dios sin ideas, sin edad, sin biografía: alguien que pudiera ser todos y ninguno.
Así nació Bobo, y el sistema suspiró aliviado.
Por fin tenía un rostro para adorar mientras seguía fabricando la ruina.

Bobo no diseña moda: la justifica.
Cada vez que sonríe en una campaña, un río cambia de color.
Sus colecciones no salen de talleres parisinos, sino de naves sin ventanas, donde las manos que cosen su firma aún no saben leerla.
Allí, entre vapor, cansancio y ruido, nacen las prendas que sostienen su mito: camisetas, chaquetas, vestidos idénticos a los del año anterior, pero con un nuevo precio, una nueva mentira y una nueva fecha de caducidad.

El lujo necesita distancia.
Por eso, mientras el humo de las fábricas cubre los tejados de las ciudades invisibles, las tiendas de Malbelo relucen en sus avenidas perfectas, impolutas.
Dentro, el aire huele a exclusividad y los dependientes sonríen como en una misa.
Fuera, los camiones destartalados descargan cajas mal cerradas de las que se escapan hilos, etiquetas y restos de dignidad.

El cuerpo, antes medida y origen, se ha vuelto residuo.
Las prendas que un día prometieron identidad terminan apiladas en vertederos del otro lado del mapa, donde el precio del oro es el mismo que el del hambre.
Pero nada de eso importa, porque Bobo sigue vivo, sigue brillando, sigue prometiendo la salvación estética de un planeta que ya no se reconoce en el espejo.

El mundo muere de elegancia,
y Bobo corta la cinta del funeral.


Posdata para un mundo enfermo en venta ..

Ilustración alegórica del planeta contaminado por la industria de la moda

La dictadura de la moda no necesita látigos ni censura.
Solo necesita admiración.
Mientras Bobo siga vivo, seguirá dictando los mandamientos del deseo, y nosotros seguiremos repitiéndolos creyendo que elegimos.
El sistema no se impone: se celebra.

Y cuando ya no quede nada que vender, inventará un nuevo vacío.
Más brillante, más sostenible, más rentable.
Así, entre humo, espejos y promesas recicladas, el cuerpo —aquel que un día mandaba y al que se cosía con respeto— termina convertido en su propia caricatura.

Y cuando todo parezca perdido, conviene recordar lo esencial:

La moda se convirtió en dictadura el día que el cuerpo dejó de ser medida para convertirse en víctima.
El consumidor moderno confunde elección con libertad y compra su propia cárcel envuelta en papel de seda.
El mercado ya no fabrica ropa: fabrica deseos que se agotan en la siguiente temporada.

Tele Virtual Patronage no vende prendas: defiende cuerpos.
Entiende el patronaje como un lenguaje humano, no como una fórmula de producción.
Cada patrón nace del cuerpo real y muere en él, sin pasar por el filtro tóxico de las tallas.
Frente al sistema que mide para dominar, propone medir para comprender.


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